UN VIERNES 28 DE OCTUBRE

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Autor: 
Jorge Bustos

Un día cualquiera, una tarde cualquiera, en un punto urbano cualquiera tocó su bocina y me subí. Ni siquiera esperé la seña para ratificar lo que no era necesario. No existían más profesoras de Sociología que tuviesen un Fiat 147 GLS rojo, y menos esa sonrisa de la cual ya me habían advertido.

La invitación al primer café fue para demostrarle que yo era un hombre de mundo mientras ella me mató cuando me ofreció uno de sus cigarrillos mentolados. Debo reconocer que mis neuronas estaban inquietas, debía reclutarla, pero sus labios mojados me reclamaban el beso necesario. Tan dueña de ella, tan desenfadada, me desarmaba. Logré centrarme y abordar la tarea de esa jornada.

No hubo nada que encendiera el brillo de sus ojos después de más de una hora del interminable informe político, cuando deslicé la idea que fuera parte de nuestro nuevo equipo. No titubeó, su respiración no se entrecortó. Solo se prendió su mirada, esbozó una sonrisa provocadora que se entendió como un yo tampoco tengo miedo y estoy tan dispuesta como tú.

Fue una conversación entre iguales, entre hermanos, no de esos de la genética sino más bien de quienes se emparentan por ideas, por razones, que se respetan y a los que uno ama y llora cuando mueren. De los que se extrañan, de los que duele cuando en algún recodo del recuerdo te asaltan con sus dichos salidos de convicciones, o simplemente se te aparecen sus risas de cómo y por qué se debía vivir.

Hoy los mismos que la mataron piden aplicación de leyes coercitivas, de “justicia” que solo busca detener la primavera. Sin embargo, por las calles surgen miles de muchachas con el rostro de nuestra Cecilia, más bellas que ella, más guerreras, y más de alguna se encapucha para que yo no la vea, para que no la asalte a besos y le recrimine por no haber llegado al último contacto y tampoco al de emergencia.

 

Los diarios dicen que la mataron lejos, cerca de un río. Que digan lo que quieran. Mientras su sonrisa todavía alerte mis recuerdos y las muchachas en la calle luchen y corran, nuestra Cecilia seguirá viva.

Desde este último año todos los viernes de fin de mes voy con mi hija al mismo café para ver si llega. Me gustaría presentársela, como a ella mi hija. Es como un rito o la esperanza de que aparezca con su sonrisa, con su desenfado, que me convide un mentolado. Este viernes 28 es un poco más doloroso

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