Chile celebra al rey "ya se van nuestras miserias a dormir"

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Cada septiembre, Chile se disfraza de independencia. Se llena de banderas, cuecas y carbón como si el país celebrara su emancipación. Pero lo que se conmemora el 18 no es ruptura ni soberanía: es la instalación de una Junta que en 1810 juró lealtad al rey de España. Un gesto administrativo, no libertario. Un simulacro que se ha convertido en dogma. Como canta Serrat, “la fiesta terminó, el sol nos dice que llegó el final”, pero aquí ni siquiera hubo principio.

La verdadera fundación republicana comenzó en febrero de 1812, cuando José Miguel Carrera impulsó la redacción del primer Reglamento Constitucional. Ahí sí: soberanía, división de poderes, libertad de prensa. Ahí sí: el intento de fundar algo nuevo. El texto fue plebiscitado en Santiago, Concepción y Coquimbo. Octubre lo consagró, pero febrero lo parió. Y, sin embargo, nadie celebra febrero. Porque febrero exige pensar. Y pensar incómoda.

Septiembre, en cambio, anestesia. Se gasta lo que no se tiene, se baila lo que no se entiende, se brinda por una patria que no existe. Es el mes del simulacro. El país entero se lanza a la parrilla como si el humo pudiera borrar la historia. Se compra carne con tarjeta, se llena el patio de alcohol, se canta la cueca como si fuera conjuro. Y mientras tanto, bajo la superficie, Chile tiembla: inseguridad creada por los medios de comunicación de la derecha, inflación, política convertida en espectáculo. Todo queda suspendido, sí, pero como el polvo antes de caer sobre los muebles que nadie limpia.

Y luego, el silencio. El 21 amanece con olor a ceniza y carbón mojado. Las calles vacías parecen escenas de crimen. Los globos desinflados cuelgan como cuerpos sin nombre. Las banderas arrugadas y mojadas ya no cubren, solo exponen. Y ahí está Chile, otra vez, reconociéndose en el desastre. En la basura recogida a oscuras. En el gesto de limpiar sin mirar. En la costumbre de olvidar sin aprender. Como dice Serrat, “recogieron las basuras de mi calle, ayer a oscuras”, y esa frase no es metáfora: es parte del protocolo nacional.

Y como si no bastara el simulacro de independencia, el 19 de septiembre se celebra el Día de las Glorias del Ejército. Un desfile que no conmemora una gesta libertaria, sino la glorificación del aparato armado. Un espectáculo que nació en 1915, pero que arrastra el mito de O’Higgins y la Academia Militar como si fueran sinónimo de patria. Pero ese Ejército no solo marchó por la independencia, también disparó contra su propio pueblo. Lo hizo en la Escuela Santa María de Iquique, en Ranquil, en Laja, en Lonquén, en Neltume, en Paine. Lo hizo en dictadura y en democracia. Lo hizo contra obreros, campesinos, estudiantes. Lo hizo en nombre del orden, nunca de la justicia o por su pueblo.

Entonces, ¿qué se celebra? ¿La independencia que no fue? ¿El Ejército que reprimió? ¿La patria que se cocina en la parrilla mientras se pudre en los archivos? ¿La fiesta que, como en la canción, “se acabó, bajo un sol fatigado”?

Por eso creo que febrero es el mes de la patria. No por romanticismo, sino por rigor. Porque ahí comenzó el gesto fundacional, el texto constitucional, el intento real de autonomía. Porque en febrero Chile dejó de ser súbdito y empezó a pensarse como soberano. Y que septiembre sea lo que ya es: el mes del luto, de la memoria, del duelo que no se puede maquillar con cueca ni carbón.

Porque aquí, la fiesta no es el problema: es el síntoma. Y la patria no se celebra con desfile, se construye con verdad. Como canta Serrat, “la fiesta terminó, mañana volverá la rutina”. Y en Chile, esa rutina es la de siempre: la basura recogida a oscuras, la historia barrida bajo la alfombra, y el país que vuelve a fingir, que no recuerda y que el poder no quiere que el pueblo recuerde.

Se acabó
El sol nos dice que llegó el final
Por una noche se olvidó
Que cada uno es cada cual
Vamos bajando la cuesta
Que arriba en mi calle
Se acabó
La fiesta

Jorge Bustos

 

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