
Crónica de una ley escrita en tinta de vino
En Chile, país de poetas y protocolos, comprar una botella de vino o un cartoner de tinto es más difícil que entender una ley parlamentaria. Aquí, donde el surrealismo no es escuela literaria, sino política pública, la Ley N° 21.363 exige que todo ciudadano, aunque tenga más años que el himno nacional, muestre su cédula para comprar alcohol. Es una ley que nació con la intención de proteger a los menores, pero terminó humillando a los mayores y asesinando el sentido común. Una ley escrita por adultos que legislan como pendejos con corbata, que cuando beben lo hacen a costa de todos los chilenos y sin mostrar el carnet.
Porque cuando los parlamentarios gastan en copete, lo hacen en serio. No es un brindis simbólico. Es una orgía presupuestaria con denominación de origen. Entre 2015 y 2019, el Senado chileno compró 7.304 botellas de alcohol. De esas, 5.520 eran vino. El gasto total: $30.845.908. No piensen mal: fue una inversión en diplomacia, en acuerdos que se sellan mejor con un brindis que con un voto popular. El protocolo del trago. La institucionalidad del cóctel. Vinos de honor, regalos protocolares, cenas oficiales. Todo pagado con fondos públicos. Todo sin mostrar carnet, porque a ellos no compran, ni siquiera compran al “fiaho”, se da la paradoja que hasta tienen una “bancada del vino”, y que la componen son parlamentarios de derecha.
Pero la fiesta es más larga que el último 18. Entre 2020 y 2024, el Congreso gastó más de $41 millones de pesos en vinos, licores y banquetes. Se aumentó en un En 2022, el Senado desembolsó más de $9 millones solo en alcohol para eventos institucionales. 33%, algo así como un tercio del presupuesto, por cierto, para que no pasen hambre. Porque si hay algo que esta legislatura sabe hacer, es brindar. Brindan por la patria, por la democracia, por la reforma que nunca llega. Brindan con Sauvignon Blanc, con Carmenere y con whisky si hay visita extranjera. Y nunca, jamás, les piden el carnet. Tampoco pagan de su bolsillo. Son inmunes a la ley que ellos mismos redactaron entre sorbos y discursos.
Chile tiene el Parlamento más caro de América Latina. Y posiblemente uno de los más caros del mundo. Sus sueldos superan los $10 millones mensuales. A eso se suman asignaciones, viáticos, pasajes, asesores, y por supuesto, la barra libre institucional del copete. Son los sommeliers del gasto público. Los enólogos de la retórica vacía y mentirosa. Los catadores de leyes inútiles. Legisladores buenos pal copete, malos pal país.
En 2023, un grupo de senadores propuso modificar la ley del carnet. Querían que se pidiera solo si había “duda razonable”. Una idea sensata, casi revolucionaria. Parece que estaban pasados de copas. Pero como todo lo sensato en Chile, quedó atrapada en la Cámara de Diputados. Ahí duerme, junto a otras reformas que no se celebran con brindis, que no lucen en los cócteles, que no tienen aroma a roble y a nobles, ni cuerpo legislativo.
Mientras tanto, usted ciudadano sin fuero ni copa de cristal, con suerte un vaso, debe mostrar su cédula para comprar una botella. Debe demostrar que no es un menor disfrazado de abuelo.
Debe someterse al juicio de un cajero lleno de espinillas que, por ley, debe desconfiar de su edad, porque si no lo echan y en el mejor de los casos lo castigan, aunque usted tenga más arrugas que él un reglamento interno de Orden, Higiene y Seguridad.
La política chilena es un teatro sin guion, donde los actores improvisan con copas en la mano y leyes en el bolsillo. Donde se legisla para el espectáculo, no para el sentido común. Donde el vino envejece con dignidad, pero la coherencia institucional se evapora como un mal espumante.
Así que, Sí, muestre su carnet. Compre su vino. Brinde por la ironía. Porque en esta República del Copete, el ciudadano se identifica y el parlamentario se sirve de los que, no fiscalizan y de los que se someten a la estupidez.
Salud, sin reforma, y con carnet.
yo opté por destilar y estoy…
yo opté por destilar y estoy aprendiendo a hacerme mi propio vino y cerveza, está penado ya sé pero nadie me va a fiscalizar
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