
Se acercan días importantes. Chile elegirá Presidente, Senadores y Diputados. Y aunque los afiches, las promesas y las peleas en la tele intenten ocupar todo el espacio, lo que realmente está en juego es nuestra capacidad de pensar. Porque hoy, la política no quiere que pensemos: quiere que reaccionemos.
A los que mandan o quieren mandar les conviene una ciudadanía que no pregunte, que no se informe, que no se complique. Pensar incomoda, obliga a rendir cuentas. En cambio, si uno se guía solo por lo que siente, por lo que le dijeron en la tele o en TikTok, es más fácil de manipular. La ignorancia dejó de ser un problema: ahora es una herramienta útil.
Lo vemos todos los días en Valparaíso y San Antonio. En vez de abrir los libros contables, las autoridades esconden los contratos. Ahí está el caso del Parque Barón, entregado sin consulta ni transparencia. En los puertos, se reparten silencios y migajas para las juntas de vecinos, mientras se regalan negocios millonarios al monopolio. Y cuando uno exige claridad, te acusan de “ser conflictivo o Agorero”. Pero ¿cómo no exigir, si el patrimonio urbano se cae a pedazos y los fondos públicos desaparecen entre tecnicismos?
Hoy, el político exitoso no es el que tiene ideas para Chile, sino el que sabe decir frases que caben en una polera. El que activa rabias, nostalgias y miedos como la derecha. El que te hace sentir parte de un equipo, aunque ese equipo no tenga proyecto ni dirección. La política se ha vuelto un partido de fútbol: se aplaude a los tuyos, se odia a los otros. Pensar, en ese esquema, es casi una traición.
No es un complot secreto: es un negocio bien armado. El ciudadano que reflexiona es lento, incómodo. El que vota por impulso, ese sí que sirve. La ignorancia se organiza, se premia. No es que la política tolere a los que no saben: es que funciona mejor con ellos.
La verdad ya casi no importa. Los datos son decorativos. Lo que cuenta es que el político logre que sus seguidores se vean reflejados en él, exitoso como el y ladron como el. Si miente, si se contradice, da lo mismo. Lo importante es que haga enojar al otro, que alimente la pelea. Porque un pueblo dividido no discute ideas: defiende banderas que no son suyas.
Y lo más grave: muchos ya sienten orgullo de su propia ignorancia. La defienden como si fuera identidad. Si alguien intenta explicarles algo, lo toman como ataque. Porque cuando la mentira te sostiene, la verdad se vuelve amenaza.
Este modelo electoral no quiere ciudadanos que piensen o pregunten, sino fanáticos que obedezcan. No importa si son de izquierda o de derecha: lo importante es que no puedan entender al otro sin rabia. Mientras nos peleamos entre nosotros, no cuestionamos el sistema que nos tiene así, pobres, esclavos y medio dormidos.
Entonces, justo ahora que vamos a votar, ¿qué hacemos? Despertar. Pensar. Preguntar. No quedarse con el eslogan ni con la frase bonita. No votar por enojo ni por costumbre. Buscar información real, fuera de la burbuja digital. No le crea al TikTok, ni al Instagram, ni al Facebook. Busque las fuentes. Despierte su mente. Vote a conciencia.
Porque si las promesas de los políticos se cumplieran, ya estaríamos en el edén. Pero no lo estamos. Y eso no se arregla gritando: se arregla pensando.
Jorge Bustos
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