Basta de administrar la derrota.
El exministro Giorgio Jackson publicó recientemente el documento “El fin de un ciclo, ¿qué esperar ahora?”. En él plantea que el avance de la ultraderecha y la derrota electoral no deben entenderse como un fracaso político concreto, sino como el agotamiento de un ciclo de movilización social iniciado en 2006 y profundizado en octubre de 2019.
Ese marco no es una opinión personal. Es el marco del gobierno. Es coherente con lo que han repetido el Frente Amplio, los partidos del oficialismo y el propio presidente: que el problema fue el “momento histórico”, el “contexto”, el “cambio cultural”, pero no las decisiones tomadas desde el poder.
Digámoslo sin rodeos: este análisis es engañoso y profundamente desmovilizador.
Hablar de “fin de ciclo” no es un ejercicio académico. Es una operación política. Sirve para cerrar el conflicto, para bajar expectativas, para pedirle al pueblo que entienda, que espere, que acepte. Sirve para explicar la derrota sin asumirla. Sirve para proteger a quienes gobernaron mal.
Aquí no falló la historia. Falló el gobierno.
Falló el Frente Amplio, que llegó prometiendo ruptura y terminó administrando el orden.
Fallaron los partidos del socialismo democrático, que actuaron como freno interno permanente y luego se escondieron detrás del “realismo”.
Y falló el presidente, que no puede presentarse como un observador de este diagnóstico cuando fue el principal conductor político del período.
Este documento, lo haya escrito, quien lo haya escrito, expresa una línea compartida: la moderación sin pueblo, el orden sin justicia, el Estado sin poder popular. Esa línea se tradujo en hechos concretos: desmovilización de la calle, criminalización de la protesta, reemplazo de la organización social por vocerías, mesas técnicas y acuerdos de élite.
No fue ingenuidad. Fue una decisión estratégica.
Se prefirió la estabilidad del sistema a la transformación del país. Se prefirió tranquilizar a los mercados antes que empujar al pueblo. Se confundió gobernar con gestionar y se creyó que el poder real se entregaría por buena conducta.
El resultado está a la vista. Y hoy, en vez de asumir esa responsabilidad, se nos ofrece sociología. En vez de autocrítica, se nos pide comprensión. En vez de reorganización popular, se nos propone aceptar que “el ciclo terminó”.
Eso es falso. Y es peligroso.
El pueblo no se derechizó.
Fue desorganizado, políticamente anestesiado y abandonado.
Mientras ustedes pedían calma, la derecha organizó rabia.
Mientras ustedes llamaban a esperar, la ultraderecha disputó el sentido común.
Mientras ustedes cerraban el conflicto, la reacción lo abrió a su favor.
Por eso el texto del exministro no es solo un error de diagnóstico. Es la continuidad del mismo problema: seguir hablando desde arriba, seguir administrando la derrota, seguir pidiéndole al pueblo que entienda lo que ustedes no se atreven a corregir.
Frente Amplio, partidos del oficialismo y presidente: ya no basta con buenas intenciones ni con discursos bien escritos.
O siguen aferrados a este marco cómodo que justifica la retirada, o rompen con él, asumen el fracaso político completo y vuelven a hacer lo único que puede reconstruir un proyecto transformador: educar, organizar y conducir al pueblo, no administrarlo.
No hay neutralidad posible.
No hay diagnóstico inocente.
No hay liderazgo sin responsabilidad.
Chile no necesita más explicaciones sobre por qué no se pudo. Necesita una fuerza política que diga la verdad, asuma el conflicto y vuelva a ponerse del lado de quienes nunca dejaron de esperar un país más justo.
La historia no terminó. Ustedes la quieren terminar.
Y todavía están a tiempo de decidir si van a seguir administrando esta narrativa, o si van a tener el coraje de volver a empujar junto al pueblo.
Jorge Bustos
Añadir nuevo comentario