Estamos en octubre. El mes que Chile aprendió a nombrar su rabia. El mes que fracturó el relato del oasis. El mes que activó la memoria y el grito que incómoda, de los que no tienen privilegios. Y aunque han pasado seis años desde que el país no vuelve a la calle, la impunidad sigue operando como si nada. Como si no hubiésemos aprendido nada. Como si la bronca acumulada no estuviera esperando una chispa más.
Porque ayer, en el caso Soquimich, vimos desfilar a los delincuentes de traje y corbata, sin esposas, sin chaquetas amarillas, sin vergüenza. Ninguno fue detenido. Ninguno fue humillado como los que luchan por un país más justo. Ninguno fue exhibido como escarmiento. La justicia chilena les dio palco, no castigo. Les dio micrófono, no condena. Les dio absolución, no memoria.
Más de $2 mil millones gastados por el Ministerio Público. 558 audiencias. 981 días de juicio oral. ¿Resultado? Todos absueltos. Cero condenas. La jueza Carolina Paredes fue la única que votó por condenar. Su voto es una grieta. Una fractura. Un insumo para la memoria incómoda. Pero no basta.
Porque esto no es un caso aislado. Es parte de una arquitectura. ¿Recuerdan el caso Penta? Clases de ética. ¿El caso de los pollos? Multas. ¿Las farmacias? Salidas alternativas. ¿Las Isapres? Devuelven el robo en cuotas. ¿Martín Larraín? Atropelló y mató, y salió impune. ¿Y los que protestaron en el estallido? Cárcel preventiva, montaje, tortura.
La ley no es igual para todos. Es un dispositivo de clase. Castiga al pobre, protege al poderoso. Persigue al que fiscaliza, absuelve al que roba. En Valparaíso lo sabemos bien. En los cerros sin alcantarillado, en las poblaciones sin redistribución fiscal, en los barrios donde la dignidad se defiende con rabia.
Octubre no ha muerto. Octubre respira. Octubre espera. Y cada operación de impunidad es una chispa más. Que nadie se sorprenda si el aire vuelve a cargarse de electricidad.
Porque los que no tienen privilegios han aprendido a leer el clima. A reconocer los ciclos. A distinguir cuándo el silencio es solo una pausa. Y lo que tienen, lo cuidan con memoria, con vigilancia, con presencia.
Si no hay justicia, habrá memoria. Si no hay castigo, habrá vigilancia. Si no hay reparación, habrá movimiento. No siempre visible. No siempre anunciado. Pero siempre latente.
Hay generaciones que no olvidan. Y otras que están aprendiendo a recordar. A veces, los que caminaron antes enseñan a leer el terreno. A reconocer las señales. A no perder el rumbo cuando todo parece quieto.
Como se dijo alguna vez en tiempos más oscuros: “Aún tenemos patria, ciudadanos.” Y cuando esa frase vuelve a circular, no es nostalgia. Es advertencia. Porque hay momentos en que la historia deja de ser recuerdo y vuelve como respuesta.
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